
INTRODUCCIÓN
Según la OMS, el constructo “género” guarda relación con
las categorías del sexo biológico (hombre y mujer) pero
no se reduce a estas. Es definido por coordenadas socio
histórico culturales, producto de las relaciones entre las
personas y la distribución de poder entre ellas; refiere
tanto a roles, características y oportunidades que se
consideren apropiados para hombres, mujeres,
adolescentes y niños/as, como también a
estigmatización, exclusión y discriminación social. Al
respecto, un enfoque de género en salud se diferencia de
un análisis puramente enfocado en el sexo (centrado en
diferencias biológicas): mientras el sexo puede indicar
diferentes factores de riesgo o la necesidad de otro
tratamiento frente a una misma patología, el género
puede determinar posibilidades de acceso diferenciales a
la atención sanitaria, a la adherencia a tratamientos o al
impacto de los determinantes sociales y económicos de la
salud. En este sentido, el género -definido como aquellos
conceptos sociales de las funciones, comportamientos,
actividades y atributos que cada sociedad considera
apropiados para los hombres y las mujeres- influye en la
salud y el bienestar en tres ámbitos: a) los determinantes
de la salud, junto a otros determinantes sociales y
estructurales; b) las conductas en la esfera de la salud; y
c) la respuesta del sistema de salud. En este sentido, es
posible afirmar que el género es un factor que crea
inequidades sanitarias y que puede agravar las que son
producto de la situación socioeconómica, la edad, la
etnia, la discapacidad, la orientación sexual, etc. (1). A
pesar de esta reconocida relevancia, en lo que respecta a
las problemáticas del campo de la salud mental infanto
juvenil, tanto a nivel mundial como a nivel nacional, aún
son escasas las investigaciones que incluyan la
perspectiva de género en su análisis (2).
Frente a este contexto, se contempla la transversalidad 2
glocal que conlleva el mencionado término, tomando
como referencia de análisis ejes para abordar temas de
debate en la agenda sanitaria internacional
(epidemiología, sistemas de salud, determinantes
sociales, ciencia y tecnología, fuerza laboral en salud y
relaciones internacionales) 3.
EPIDEMIOLOGÍA, SISTEMAS DE SALUD Y
DETERMINANTES SOCIALES
Tal como lo explicita el informe del Fondo de las Naciones
Unidas (UNICEF), titulado “Estado Mundial de la Infancia
2021: En mi mente. Promover, proteger y cuidar la salud
mental de la infancia”, en los países de ingresos bajos y
medios, especialmente en lo que respecta a la salud mental de
los niños y los adolescentes, se echa en falta un seguimiento
sistemático sobre demanda y accesibilidad en la atención en
salud mental dando como resultado una verdadera falta de
información para medir la necesidad y la prestación de
atención y servicios de dicha área (3). Considerando lo
antedicho, si bien a nivel mundial existen diversos estudios
acerca de la distribución de cuadros psicopatológicos en el
campo de la niñez y adolescencia que hacen referencia al
“sexo” biológico, pero no así al “género”, son muy pocos los
que abordan las mencionadas problemáticas bajo esta
perspectiva. Cabe destacar además que, particularmente en
Argentina los estudios epidemiológicos oficiales del campo de
la salud mental en la niñez y adolescencia resultan escasos,
sobre todo existe una alarmante desactualización de los
datos, debido a la discontinuidad y asistematicidad de los
relevamientos (2, 4-5).
-Género y salud mental en la niñez: sintomatología,
demanda por tratamiento y accesibilidad
A nivel mundial, según varios estudios acerca de la
distribución de cuadros psicopatológicos por sexo, se
estima que una quinta parte de los niños, niñas y jóvenes
adolescentes sufre algún padecimiento de salud mental y
que la mitad de estos padecimientos se inician en una edad
anterior a los catorce años. Respecto de esta lectura
epidemiológica internacional, resulta de importancia
destacar que existen estudios que toman como referencia
a la psicopatología que proviene de las clasificaciones
pertenecientes a manuales de psiquiatría tales como el
DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders o en castellano Manual diagnóstico y estadístico
de los trastornos mentales)4 siendo que en otros se utiliza
el ChildBehaviorChecklist (CBCL, Lista de verificación del
In comportamiento Infantil)5.
Para aquellas investigaciones que toman como línea de
base la caracterización del DSM, algunos estudios
coinciden en explicitar que en los niños varones se
manifiestan con mayor frecuencia: trastornos
generalizados del desarrollo, retraso mental, trastornos del
lenguaje, trastornos del habla, trastornos específicos del
aprendizaje, trastornos de la eliminación (enuresis,
encopresis), trastornos por tics y los trastornos del ámbito
conductual (trastorno por déficit atencional hiperactivo,
trastorno oposicionista y trastorno disocial); mientras que
en las niñas son: mutismo selectivo y trastornos ansiosos
(2, 6). Tomando como base estos resultados, se evidencia
que los niños varones son derivados a la consulta con
mayor frecuencia que las niñas, fundamentalmente entre
los 6 y 12 años (2, 7).
Para las investigaciones que se sustentan en el CBCL, a
nivel internacional y nacional también se evidencian
resultados similares: que los niños son derivados con mayor
frecuencia que las niñas a los servicios de salud mental;
resultando que la consulta en las niñas y la detección de sus
malestares no se producen de manera temprana sino
cuando se agravan a edades posteriores (8 -11).
Respecto a la mayor derivación de los niños varones, se
estudió que las conductas disruptivas generan molestia en
las personas adultas, siendo este el motivo por el cual se los
derivan a los centros de salud mental -lo que explicaría la
mayor presencia de éstos en las muestras-, mientras que
las niñas son quienes muestran frecuentemente signos de
ansiedad o depresión que resultan inadvertidos, y tienden
a pasar desapercibidas (6-8, 12-13). En este sentido, las
niñas presentan manifestaciones sintomáticas más
“adaptativas” en la esfera social; provocando que la
sintomatología en ellas sea detectada más tardíamente y
muchas veces subdiagnosticada (14). Asimismo, los
estereotipos heteronormativos encarnados en el mundo
adulto circundante juegan un papel crucial -y un obstáculo
fundamental- para vehiculizar la accesibilidad a servicios
de salud mental en la niñez (8).
- Género y edad: dos factores determinantes
para la violencia infanto juvenil
La “edad” y el “género” resultaron ser dos factores
determinantes a la hora de analizar las estadísticas en lo
que respecta a situaciones de maltrato y de violencia
sexual en el campo de las infancias y adolescencias. La
OMS, en su informe realizado en el año 2020 con relación a
esta temática, sostiene que investigaciones
internacionales revelan lo siguiente: a) una cuarta parte de
la gente adulta estudiada manifiesta haber sufrido
maltratos físicos durante su niñez; b) una de cada cinco
mujeres y uno de cada trece varones declaran haber
sufrido agresiones sexuales durante su niñez; c) las niñas
son objeto de ataques sexuales en una gran mayoría. A
nivel mundial se calcula que cada año mueren por
homicidio 41 mil niños y niñas menores de 15 años, siendo
que esta cifra en realidad subestima la verdadera
magnitud del problema, dado que una importante
proporción de las muertes debidas al maltrato infantil se
atribuyen erróneamente a “accidentes” (caídas,
quemaduras, ahogamientos, etc.) (2, 15).
Según datos aportados por el programa “Las Víctimas
Contra las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación” (16-17), en el ámbito de la Ciudad
de Buenos Aires, el 57% de las víctimas de violencia son
niños o adolescentes menores de 18 años. Asimismo,
entre los 0 y los 10 años se produce la mayor cantidad de
situaciones de maltrato y entre los 11 y los 18 años los
casos de violencia física hacia las niñas y las adolescentes
se duplican en cantidad respecto de los niños de género
masculino. El mencionado informe señala que la
vulnerabilidad de las mujeres se acentúa frente a la
violencia sexual que afecta cuatro veces más a las niñas
que a sus pares varones (2).
Puntualmente, respecto de las agresiones sexuales, de
acuerdo con lo planteado en diferentes informes (15, 18-19)
el género define el rango de edad de mayor vulnerabilidad
en las niñas y en los niños. En el caso de las niñas, el rango
de edad que implica mayor vulnerabilidad de sufrir
agresiones sexuales es durante la pubertad y la
adolescencia, es decir, a medida que se hacen notorios los
cambios corporales y los caracteres sexuales secundarios.
Mientras que, según los datos estadísticos, los niños son
objeto de agresiones sexuales a una edad menor.
Igualmente, la OMS advierte que las agresiones sexuales
contra los varones son un área de estudio descuidada y
muy sensible socialmente en la que se infiere un
importante subregistro (20): ellos también son objeto de
agresiones, pero en muchas ocasiones callan por temor a
ser cuestionados respecto a su orientación sexual y por
miedo a ser considerados futuros agresores sexuales (2, 18).
Los efectos de impacto psicoemocional que provocan las
violencias pueden generar vivencias traumáticas de
carácter crónico, por lo que se los ubica dentro de las
experiencias más adversas de la niñez y de la adolescencia
Sus consecuencias abarcan un amplio espectro, algunas
inmediatas y otras más tardías, que interfieren en el
proceso de desarrollo y alcanzan todas las esferas de la
vida de la persona (2, 18). De ahí que, en el terreno de la
salud mental infanto juvenil resulta ineludible e
indispensable continuar trabajando al respecto.
- Estigmas heteronormativos y disidencias de
género en población infanto juvenil
Respecto de las disidencias de género, lxsniñxs y jóvenes
con identidades de género y orientaciones sexuales
diversas confrontan formas de discriminación
significativas e interrelacionadas que dificultan su acceso
a las oportunidades y lxs exponen a la violencia. El
estigma y el estrés social crónico (como el acoso y la
percepción de rechazo por parte de los padres) se
atribuyen a la mayor prevalencia de enfermedades de
salud mental entre niñxs y jóvenes homosexuales,
bisexuales, transgénero, queer y otras (LGBTQ+) (3). En
este sentido, la consecuencia es un mayor riesgo para su
salud mental en tanto cuentan con menos apoyo social y
por ende para su salud.
Al respecto, cabe destacar un metaanálisis de la salud
mental de jóvenes LGBTQ+ llevado a cabo por la OMS en
su informe Mental HealhtAction Plan 2013 -2020 el cual
mostró altas tasas de intentos de suicidio, ansiedad y
depresión (21). Asimismo, los casos de depresión, en
particular, se asociaban con el acoso, el rechazo familiar,
los crímenes de odio (22), la opresión interiorizada, las
prácticas inadecuadas de afrontamiento, y el estrés por
tener que ocultar la propia identidad y hacer frente a esa
realidad (3, 23).
A nivel nacional, si bien aún no se dispone de información
oficial acerca de los indicadores de salud y vulnerabilidad
en la población LGBTQ+, existen investigaciones que
permiten inferir cuestiones vinculadas a la
morbimortalidad por situaciones de violencia, abonado al
planteo inicial del impacto de los modelos de género
hegemónicos sobre la salud infanto juvenil
-puntualmente en relación con la adolescencia-. En este
sentido, una encuesta realizada por la Organización
Capicüa Diversidad (2014) sobre 2.200 adolescentes de 15
a 18 años en 29 escuelas de 10 provincias argentinas,
arrojó como resultado que el 77% presenció o conoce
situaciones de agresión definidas como acoso escolar,
cuya primera causa está asociada a la apariencia física
(34%) y la segunda causa se refiere a la orientación sexual
y / o identidad de género (20%) (24). En la misma línea, la
Organización de la sociedad civil 100% Diversidad y
Derechos (2016) realizó en Argentina una encuesta
nacional también implementada en Chile, Uruguay,
Colombia, Brasil, México y Perú sobre el clima escolar para
jóvenes LGBT. Durante el ciclo escolar 2015-2016,
estudiantes que se identificaban como gays, lesbianas,
bisexuales o con una orientación sexual diferente a la
heterosexual y transgénero (u otra identidad no
cisgénero) contestaron una encuesta cuyos resultados
arrojaron que el 67,9% de estxs se sentía insegurx en el
ámbito escolar debido a su orientación sexual y/o
identidad de género; el 76,2% escuchó comentarios
homofóbicos a menudo o con frecuencia (25-26).
Resulta de suma importancia poder profundizar en
estudios que aborden esta temática ya que la frecuencia
de la discriminación por motivos de orientación e
identidad sexual es de particular interés para comprender
la situación de salud de este colectivo, ya que tiene
múltiples impactos en la salud mental, pudiendo influir
sobre el desarrollo de cuadros de depresión o de ansiedad
y otros factores que afectan en el corto mediano y largo
plazo, incluso en relación a problemas de bajo rendimiento
educativo, ausentismo, abandono escolar e intentos de
suicidio (27).
- Estigmas heteronormativos en población
infanto juvenil cisgénero 6
Pese a que las normas de género dejan su impronta
afectando al desarrollo subjetivo incluso antes de nacer,
se hacen más restrictivas y se afianzan de manera más
acentuada en la adolescencia y la edad adulta.
A escala internacional, tal como lo señala el citado informe
de UNICEF, en los 13 países donde la Universidad Johns
Hopkins dirigió reuniones con grupos de debate acerca de
los efectos de las normas de género en su salud mental, se
halló que las niñas refirieron acerca del impacto de las
normas restrictivas sobre su bienestar, puntualmente en
relación con la influencia de la presión social sobre la
imagen corporal. Sin embargo, según las normas sociales
es más aceptable para las niñas que para los niños buscar
ayuda para los problemas de salud mental. Asimismo, en
relación con las repercusiones de las normas de género
nocivas relacionadas con la masculinidad, los niños
mencionaron que se ven presionados para ser fuertes,
para no mostrar sus emociones, y para ser invulnerables y
capaces de solucionar sus problemas sin ayuda. Esta
presión se asoció con problemas del comportamiento,
como violencia, agresión, consumo de sustancias
psicoactivas y prácticas sexuales arriesgadas. Algunos
niños también se refirieron a la presión que sufren para
ayudar a mantener a sus familias y a la tentación de
lograrlo recurriendo a la delincuencia, pues lo perciben
como una obligación. La preocupación entre los niños se
asoció al sentirse inhibidos a la hora de compartir sus
sentimientos sobre la salud mental debido a las normas de
género masculinas (3). Considerando estos lineamientos,
es posible afirmar que la discriminación que provoca el
estigma acerca de las normas de masculinidad y
femeneidad, sea o no intencionada, impacta en la
búsqueda y accesibilidad al tratamiento en salud mental y
limita oportunidades a la hora de crecer, aprender y
prosperar (28).
A nivel nacional, no se han encontrado registros
unificados ni exhaustivos para dar cuenta de la magnitud
del impacto de los estigmas heteronormativos en la salud
mental infanto juvenil cis. Igualmente, en relación con las
violencias basadas en género 7 en población adolescente
se puede recurrir a los registros de femicidios y
travesticidios para una aproximación: allí queda
explicitado que son las adolescentes mujeres y del
colectivo LGBTIQ+ quienes sufren violencia psicológica,
física y sexual (29).
- Salud mental en la adolescencia y su
diferenciación por género
Puntualmente, respecto de la adolescencia, a escala
internacional la OMS estima que unx de cada siete jóvenes
de 10 a 19 años padece algún trastorno mental, un tipo de
trastorno que supone el 13% de la carga mundial de
morbilidad en ese grupo etario, aunque estas
enfermedades siguen en gran medida sin recibir el
reconocimiento y el tratamiento debidos. A su vez, los
adolescentes varones son ligeramente más propensos
que las adolescentes mujeres a sufrir trastornos mentales.
Sin embargo, según un estudio realizado entre
adolescentes de 73 países en 2021 (30) las adolescentes
mujeres tienen más probabilidades de sufrir
enfermedades de salud mental si atendemos a la
definición de este concepto que alude al malestar
psicológico, la falta de satisfacción en la vida o la
sensación de prosperidad y felicidad. En el caso de lxs
adolescentes de 10 a 19 años, las tasas de prevalencia y el
número de trastornos mentales eran superiores entre los
varones (13,8%) que entre las mujeres del mismo grupo de
edad (13,1%) (3).
Las diferencias entre los géneros en materia de salud
mental adolescente también se evidencian en el
diagnóstico por trastornos mentales. La ansiedad y la
depresión se diagnostican más a menudo en las mujeres,
mientras que el consumo problemático de sustancias
psicoactivas y las conductas por violencia son más
frecuentes en los varones. Respecto de la depresión, el
riesgo antes de la pubertad es bajo, pero igual para ambos
sexos; a partir de los 12 años, las mujeres tienen más
probabilidades que los varones de recibir este diagnóstico
de depresión (3).
A nivel nacional, tomando como referencia el informe
titulado “Situación de salud de adolescentes y jóvenes en
Argentina. Edición 2023” cabe destacar el relevamiento
realizado a través de las Asesorías en Salud Integral en
Establecimientos Educativos y otros Espacios
Socioeducativos (ASIE) que, a partir del 2018 se integran
en el marco del Plan de prevención del embarazo no
intencional en la adolescencia (ENIA) 11 provincias de la
Argentina. Las ASIE-ENIA cuentan con un sistema de
registro en territorio y un área de monitoreo central que
recoge la información registrada y elabora indicadores,
donde para cada consulta se consigna al menos un
asesoramiento 8 entre los cuales se incluye la categoría de
“salud mental”. Dicha categoría (“Salud mental”) agrupa a
su vez siete motivos de asesoramiento: “Consumo de
sustancias”, “Proyectos y futuro”, “Lesión autoinfligida”,
“Estados de ánimo, malestar psicológico y autoestima”,
“Recreación y tiempo libre”, “Alimentación y nutrición” y
“Relaciones afectivas, familiares y con pares”. Al analizar la
cantidad de asesoramientos con motivo agrupado “Salud
mental” según género ASIE-ENIA 2018-2022, se observa
que la mayor proporción de consultas corresponde a
quienes se autoperciben mujeres (67,8 %), seguida por
quienes se autoperciben varones (30,8%), y por último
quienes se autoperciben como otros géneros (1,4 %). Al
analizar el desagregado de motivos incluidos en la
categoría “Salud mental” se observa que el motivo
“Estados de ánimo, malestar psicológico y autoestima”
registra la mayor proporción de asesoramientos respecto
del total “Salud mental”, tendencia que se observa para
todos los géneros (56 % varones, 64 % mujeres, 67 %
otros géneros). El segundo motivo de consulta más
frecuente para todos los géneros es “Relaciones afectivas,
familiares y con pares” (11 % varones, 11 % mujeres, 11 %
otros géneros). Del total de asesoramientos acumulados
incluidos en la categoría “Salud mental”, el motivo
“Consumo de sustancias” es el único que registra mayor
cantidad total de asesoramientos entre quienes se
autoperciben varones (1.242) respecto de quienes se
autoperciben mujeres (756) y de otros géneros (13 casos)
(28).
- Suicidio adolescente y género
Actualmente, en todo el mundo, el suicidio es la quinta
causa principal de muerte entre adolescentes de 10 a 19
años. Entre los adolescentes varones de 15 a 19 años, el
suicidio es la cuarta causa principal de muerte después de
las lesiones por accidente de tráfico, la violencia
interpersonal y la tuberculosis. Mientras que entre las
adolescentes mujeres de 15 a 19 años, el suicidio es la
tercera causa principal de muerte después de la
tuberculosis y las enfermedades relacionadas con la
maternidad. Sin embargo, en total mueren menos las
mujeres que los varones a causa del suicidio (3).
Asimismo, lxs adolescentes que se definen como LGTQ+
constituyen un grupo particular de riesgo. A pesar de la
enorme dificultad para el registro estadístico de la
temática del suicidio y la escasa epidemiologia respecto
del mencionado colectivo LGTBQ+, caben destacar dos
estudios realizados en Estados Unidos en donde se
explicita que: 1) la proporción de muertes por suicidio en
personas LGBTQ+ era de tres veces más entre jóvenes de
12 a 14 años que entre jóvenes de 25 a 29 años (31); 2) se
evidencia que lxsjóvenes de entre 14 y 18 años
homosexuales – gays o lesbianas– o bisexuales tenían casi
tres veces más probabilidades que sus compañerxs
heterosexuales de haber contemplado seriamente el
suicidio (3, 32).
Puntualmente en la Argentina, “el suicidio adolescente es
la segunda causa de muerte por causas externas después
de las lesiones de tránsito” (33). “El fenómeno se presenta
con mayor frecuencia entre los varones y entre aquellos
que han alcanzado menor nivel educativo” (33).
Además, las brechas son significativas con tasas que
difieren ampliamente entre provincias. En términos de
sexo, prácticamente todas las jurisdicciones presentan
una tasa de suicidio en adolescentes varones de 15 a 19
años superior a la tasa en mujeres, excepto por Formosa.
A nivel nacional, la tasa de suicidio en varones supera en 3
veces a la de las mujeres. Las mayores brechas en relación
con la razón entre varones y mujeres se observaron en
Neuquén (más de 9 veces), Córdoba (casi 7 veces), y en
Salta, Jujuy y Santiago del Estero (5 veces) (34).
En tanto el valor de la tasa de suicidio en la adolescencia
está en ascenso (35), se evidencia una enorme tarea para
continuar profundizando en materia de prevención. Al
respecto, el trabajo desde el campo de la salud mental con
perspectiva de género aporta información para detectar
situaciones de riesgo en las que intervenir
preventivamente, resultando indispensable para articular
un abordaje integral efectivo.
- Medicalización social - patologización y
género en el terreno de las infancias y
adolescencias
Los procesos de medicalización social constituyen una
problemática en la que se ponen en disputa intereses
sociales, culturales y económicos, que reconfiguran y
radicalizan los procesos de farmacologización y
biomedicalización.
Puntualmente en referencia a la niñez y la adolescencia, la
medicalización se produce cuando las nociones de
cuidado y socialización se tornan objeto de la
incumbencia médica. Dadas esas circunstancias, el uso de
psicofármacos en este grupo etario puede analizarse
desde la noción de patologización (36) -prácticas que
llevan a patologizar la conducta y comportamiento de
niños y niñas de diferentes formas, cuando el proceso de
desarrollo infantil se encuentra “fuera de la norma”-, y
pueden conllevar incluso el uso de psicofármacos (37-38).
De esta manera, los medicamentos psicotrópicos se
utilizan cada vez con más frecuencia para tratar
enfermedades como el trastorno por déficit de atención
con hiperactividad (TDAH) y la depresión (39). Los
escasos datos disponibles cubren principalmente los
países de altos ingresos, pero revelan un aumento
notable del uso de la medicación (3).
En el contexto nacional y local son escasos los estudios
con enfoque epidemiológico sobre la indicación y
utilización de psicofármacos, y más aún aquellos que
denotan la situación actual de la provisión de
tratamientos en la población que accede a los centros de
salud de atención primaria y en particular de la población
infantil. No obstante, vale destacar como referencia una
investigación realizada en la ciudad de Rosario, provincia
de Santa Fe, cuyo objetivo ha sido elaborar el padrón
epidemiológico de la población de niños, niñas y jóvenes
con tratamiento psicofarmacológico dispensado en
Centros de Salud del municipio de la mencionada ciudad.
De aquellos resultados es posible afirmar que: 1) La
distribución de la población infantil según género expresó
que el 59% (176) de los varones recibieron medicación de
psicofármacos, mientras que la indicación alcanzó al 41%
(123) de las niñas y jóvenes mujeres. 2) Al indagar al
interior de cada grupo etario, se halló que tanto los niños
como las niñas que recibieron medicación presentaron
paridad genérica entre quienes tenían menos de 10 años,
mientras que entre los 10 y 19 años fueron los varones los
que acumularon mayor cantidad de prescripciones de
psicofármacos. 3) Al comparar la población de niños y
jóvenes varones medicados en relación con todos los
varones, el peso de la prescripción de psicofármacos
representó el 9%. Mientras que la magnitud de niñas y
jóvenes con medicación entre la población de mujeres
alcanzó el 4%, es decir, menos de la mitad que los
varones. 4) Los resultados del análisis sobre las
prescripciones realizadas a la población de niños, niñas y
jóvenes según el tipo de fármaco señalaron que los
ansiolíticos fueron el principal grupo de psicofármacos
con el 41% de las prescripciones registradas; en segundo
lugar, la medicación indicada para trastornos psicóticos
(28%); y en orden semejante, aquellos provistos para
trastornos bipolares (24%) (36).
Bajo este marco, tanto a nivel mundial como regional y
nacional, el diagnóstico de TDAH merece un particular
interés. El Comité sobre los Derechos del Niño en 2015
alertó sobre el uso excesivo de los fármacos para este
tratamiento, a pesar de que cada vez más pruebas alertan
de los efectos nocivos de estos medicamentos y,
consecuentemente, estableció un claro vínculo entre el
uso excesivo de fármacos para tratar este diagnóstico y el
sobrediagnóstico (40). Siendo que cada vez existen más
pruebas del sobrediagnóstico del TDAH en los niños y los
adolescentes varones (en comparación con las niñas y
adolescentes mujeres); por el contrario, el diagnóstico
sigue siendo menos común en países donde la
disponibilidad de herramientas de detección validadas y
adaptadas desde el punto de vista cultural es limitada (3).
“La globalización del TDAH se está configurando con
características diferentes en cada país, y con la
consolidación y penetración diferencial de actores y
vínculos entre ellos. El caso de Argentina es un ejemplo de
cómo se están dando estos procesos, en un doble engarce
entre tendencias compartidas con otras experiencias
nacionales y singularidades que no se observan en otros
países” (41). ”La industria farmacéutica en Argentina
consolida estrategias de marketing en el mercado
psicofarmacológico infantil” bajo dos características
principales: 1) mantiene un eje en “el médico” como
destinatario principal –algo que desde las producciones
científicas anglosajonas es considerado como propio de
momentos históricos precedentes en los procesos de
medicalización de la sociedad–; 2) simultáneamente, se
dirige a actores “no médicos”, incluyendo a personal del
ámbito docente y del ámbito familiar de niños y niñas
diagnosticados por TDAH (41).
La mencionada creciente patologización que viene
tomando protagonismo en el terreno de las infancias y
adolescencias, a su vez, se vio agravada en la actualidad
por el atravesamiento de la pandemia por el virus COVID
19, cuyos efectos se vienen haciendo cada vez más
notorios en la emergencia de los padecimientos
subjetivos (42).
En este contexto, los enfoques excesivamente
biomédicos de las intervenciones en salud mental pueden
resultar ineficaces para abordar los determinantes
sociales que influyen en la salud mental infanto juvenil
(43) si no llegasen a ser considerados. En este sentido, el
factor género -en tanto determinante social- ocupa un
lugar ineludible e incluirlo como analizador
epidemiológico resulta indispensable para pensar los
diagnósticos y sus respectivos abordajes.
FUERZA LABORAL EN SALUD
Los datos epidemiológicos descritos en el apartado
anterior se ven atravesados por su influencia tanto en los
modelos de práctica profesional como en los modelos de
gestión de los sistemas de salud. Al respecto, tal como lo
demuestran dos estudios llevados a cabo en Argentina
por la Dra. Débora Tajer -Proyecto UBACyT “Equidad de
género en la calidad de la atención de niños y niñas”
(2010-2012) y Proyecto UBACyT “Equidad de género en la
calidad de atención adolescente” (2013-2016)—: trabajar
sobre los imaginarios sociales que tienen los equipos de
salud resulta indispensable para la necesaria modificación
en los modelos de abordaje /gestión (44), lo que a su vez
impacta tanto en la accesibilidad a los servicios de salud
/salud mental como en la efectividad de la atención. En
consonancia con lo antedicho, es posible afirmar que el
género como categoría de análisis complejiza el estudio
en temáticas de salud mental y genera tensión en las
prácticas institucionales, atravesadas todavía por una
matriz tutelar (8). En esta dirección, cabe destacar a nivel
nacional las bases que han sentado la Ley Nacional de
Salud Mental Nº 26.657 en conjunto con la “Estrategia
Federal de Abordaje Integral de Salud Mental 9, el Plan
Nacional de Salud Mental 2023 - 2027 y la totalidad de las
estrategias de abordaje subnacionales que se desprende
de los mencionados lineamientos tales como el Plan
Integral de Salud Mental de la provincia de Buenos Aires
2022-2027 10, entre otras. Bajo este panorama, resulta
esencial continuar trabajando en la deconstrucción de los
estereotipos heteronormativos que atraviesan las
prácticas profesionales en salud mental infanto juvenil,
reforzando y equipando la fuerza laboral en salud/salud
mental implicada en sus respectivos dispositivos de
abordaje.
CIENCIA Y TECNOLOGÍA
- Investigación Soberana en Salud bajo el
“lente” género
A nivel mundial, la investigación en salud mental (además
de ser escasa) se realiza mayoritariamente en personas
adultas y en los países de ingresos altos -a pesar de que la
adolescencia es el período en que más ocurren la mayoría
de las enfermedades mentales y en los países de ingresos
bajos y medios vive la mayoría de adolescentes (3). De ahí
que, se impone como una necesidad implementar una
mayor inversión para la investigación en materia de salud
mental infanto juvenil, invertir y capacitar a la fuerza
laboral en salud -incluidos los servicios en salud mental y
también los sectores de protección social- y poner en
marcha un sistema de recopilación de datos e
investigación sólido. En este sentido, el concepto de
interseccionalidad tiene el potencial de interrelacionar
sexo, género y otros determinantes sociales, así como a
los factores que crean inequidades sanitarias en los
procesos y sistemas de poder a nivel individual,
institucional y mundial (45). Por tanto, los análisis que
incluyan perspectiva de género deben ubicarse dentro del
mencionado marco de interseccionalidad.
A nivel nacional, tal como se ha explicitado en el apartado
anterior, contamos con claras directrices para continuar
profundizando. Entramado en este contexto, resulta de
importancia señalar además que la incorporación de la
perspectiva de género para las investigaciones en salud [y
salud mental] se afianza como una clave para consolidar
las bases necesarias de un Sistema Nacional Integrado de
Salud que vehiculice la construcción de abordajes de salud
integrales, que se sustenten en un enfoque
epidemiológico y permitan la consolidación de
intervenciones interdisciplinarias para construir y
comprender los determinantes que atraviesan los
procesos de salud-enfermedad-atención y cuidado (46).
Asimismo, siendo que el rol de la investigación en salud
-la cual abarca no sólo al campo científico metodológico
sino también a las llamadas investigaciones operativas 11
- se constituye como un campo estratégico para la
formulación de políticas públicas y la identificación de los
2 La transversalidad o transversalización de la perspectiva de género implica reconocer que dicho enfoque debe estar presente en todas las
esferas y por tanto en todas las políticas. La transversalización ofrece un abordaje pluralista (valora la diversidad entre hombres, mujeres y
personas no binarias), multidimensional, integral e intersectorial e integra los propósitos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS) que se incluyen en la Agenda 2030 para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las
personas en todo el mundo.
3 Estos ejes han sido propuestos por el Dr. Mario Rovere para analizar temas de la agenda de la salud internacional en una clase dictada el
26/10/2023 para el Seminario “Temas de debate en la agenda sanitaria internacional” (2023) perteneciente a la Diplomatura en Salud
Internacional una herramienta para la construcción de la soberanía sanitaria -Escuela de Gobierno en Salud Floreal Ferrara, Ministerio de
Salud de la Provincia de Buenos Aires, y Universidad de José C. Paz-.
4 El DSM es un sistema de clasificación elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría que proporciona descripciones sobre
categorías diagnósticas de trastornos mentales con el propósito de que profesionales de las ciencias de la salud puedan diagnosticar,
estudiar, estudiar, intercambiar información y tratar los distintos padecimientos.
temas a ser incluidos en la agenda sanitaria (47), la
orientación de investigaciones bajo el lente de género
tiene influencia no sólo para la formación de la fuerza
laboral y, consecuentemente, para la mejora en la
accesibilidad y calidad sino también para la ejecución de
las políticas e intervenciones de salud. Sin dudas,
continuar profundizando en torno a dicha orientación se
alinea a realizar aportes en pos de contribuir a la
Investigación soberana en salud (ISS)12 (47) y,
solidariamente, para la construcción de nuestra soberanía
sanitaria.
RELACIONES INTERNACIONALES
Analizar el contexto socio histórico político de nuestra
época, visibilizando qué intereses y actores participan,
cuyas tensiones juegan un papel fundamental para
modelar la agenda sanitaria en sus distintos niveles,
resulta indispensable para pensar cómo vehiculizar los
medios en pos de que pueda ser incorporada la temática
en cuestión (48).
En lo que respecta al campo de la salud mental, los
efectos producto de la pandemia por el COVID-19 han
llevado a una intensificación del discurso sobre la salud
mental, poniendo de relieve las fallas sistémicas de los
servicios en torno a dicho campo (49). En pos de alinear
decisiones políticas a nivel regional para fortalecer la
salud mental como parte de la agenda más amplia de la
recuperación post pandémica, la Organización
Panamericana de la Salud (OPS) conformó la Comisión de
Alto Nivel sobre la Salud Mental y COVID -19 13. El
resultado de esta evaluación es “Una nueva agenda para
la salud mental en las Américas” (NASMA) 14. Dicha
agenda “concuerda con los objetivos mundiales y
regionales actuales en materia de salud mental y
desarrollo, así como con el Plan de acción integral sobre
salud mental 2013-2030, de la OMS; la Política para
mejorar la salud mental, de la OPS; y la Agenda 2030 para
el Desarrollo Sostenible” (49).
En esta dirección, y frente a la necesaria
transversalización que impone el abordaje de la
perspectiva de género de cara al efectivo cumplimiento
de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, las alianzas
de cooperación deben contemplar un enfoque multinivel
(local, nacional y regional) y multi-actor (en tanto
requiere de la integración e interlocución de múltiples
actores). Bajo estas coordenadas, merece ser destacado el
carácter multidimensional de la Cooperación
Iberoamericana y en particular de la Cooperación Sur - Sur
(CSS) y la Cooperación Triangular (CT). Desde esta
perspectiva, la participación de los países en desarrollo ha
acumulado experiencias, consolidando avances en
materia de la mencionada CSS. Sin embargo, a pesar de
estos reconocidos progresos, entre los proyectos en CSS
de América Latina y el Caribe, aquellos que incluyen la
perspectiva de género representan tan sólo el 1,5% del
total (9 iniciativas bilaterales), lo cual evidencia que han
tenido un peso relativo mucho menor en comparación con
las iniciativas desarrolladas en otros ámbitos. Por tanto, la
inclusión de la perspectiva de género en los proyectos e
iniciativas aún representa un gran desafío para la región
(50).
Respecto del abordaje del campo de la salud mental
infanto juvenil a nivel mundial, los convenios
internacionales, las agendas de desarrollo y las diversas
intervenciones no han llegado a establecer un enfoque
integral para la promoción, la protección y el tratamiento
de la salud mental infanto juvenil. Los obstáculos más
importantes que han frenado en parte este progreso son:
el estigma y discriminación para abordar temáticas de la
salud mental; la falta de coordinación entre sectores; los
recursos financieros y humanos inadecuados y las
violaciones a los derechos humanos (3). De ahí que resulta
nodal contar con compromiso respaldado por la inversión
en el apoyo a la salud mental a nivel internacional y
regional, acompañado de una comunicación que permita
trabajar sobre los estigmas y obstáculos mencionados,
pudiendo minimizar los factores de riesgo y maximizar los
de protección para las infancias y adolescencias, incluidos
sus ámbitos esenciales de la vida que las/ lxs/ los rodean
(3).
Puntualmente con relación al campo de la salud mental en
infancias y adolescencias en materia de género, la escasez
de los datos epidemiológicos pone en evidencia la
necesaria participación de actores internacionales,
nacionales y subnacionales para continuar trabajando en
torno a ello. Siendo que las actividades de investigación
aportan también nuevos conocimientos para la
planificación de políticas, lo que abre una ventana de
posibilidad para que sean incluidos en la agenda sanitaria
(50), resultan indispensables las consideraciones al
respecto. Particularmente a nivel nacional, contemplando
los lineamientos existentes para un abordaje integral en
salud mental, la apuesta a continuar afianzando
Ensayo
SALUD
REVISTA DEL MINISTERIO DE SALUD DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
investigaciones que incluyan esta temática seguramente
contribuya no sólo a generar mayor visibilización sino
también a brindar insumos que sirvan para generar
alianzas de cooperación, incorporando nuevos actores a
nivel nacional/subnacional, regional e internacional, con la
apuesta a profundizar líneas estratégicas orientadas a
consolidar la soberanía sanitaria.
A MODO DE CONCLUSIÓN,
UNAS ÚLTIMAS REFLEXIONES
Tomando como referencia de análisis los mencionados
ejes para abordar temas de la agenda sanitaria
internacional (epidemiología, sistemas de salud,
determinantes sociales, ciencia y tecnología, fuerza
laboral en salud y relaciones internacionales), la labor
realizada a lo largo del presente ensayo invita a
reflexionar acerca del estatuto y la influencia que ejerce la
heteronorma -encarnada en su gran mayoría por el
mundo adulto circundante- al momento de reconocer,
visibilizar, y por ende, diagnosticar los padecimientos del
terreno de las infancias y adolescencias. A su vez, esto
mismo también invita a reflexionar acerca de las prácticas
en salud mental, no sólo contemplando el modo de
escuchar las demandas por pedido de tratamiento sino
también respecto a cómo trabajar en relación a los
modelos y dispositivos de abordaje, accesibilidad y
gestión -en términos de atención, prevención y
promoción de la salud/salud mental-.
En tanto abordar estudios de estas características
permite echar luz sobre las cristalizaciones de sentido
socio histórico-culturales que determinan lo esperable en
términos de normalidad y psicopatología de acuerdo al
género que se trate, es posible afirmar que la noción de
transversalidad en relación al constructo “género”
explícita no sólo la relación glocal entre los determinantes
sociales, sino que además dicha relación glocal impacta en
los terrenos del padecimiento subjetivo de las infancias y
adolescencias. En este sentido se pretende fundamentar
la importancia de continuar profundizando y
consolidando líneas de investigación en el campo de salud
mental que incluyan el “lente” de género en clave
soberana.